A la luz
de las velas
azarosas como el viento,
los brazos de la lluvia
se elevaban
en señal de alabanza
o de callada súplica.
Los árboles entornaban
sus párpados desnudos,
condenados
a concebir la pura magia,
las terrestres manzanas,
los duraznos aéreos
con piel de sobresalto,
los plátanos sedientos.
Es posible encontrar
en los frutos
de mirada paciente
las huellas
de otro tiempo
en que el cielo
campeaba en nuestra vida
sin duelo ni presagio,
como un tibio
arrebato de palomas.
Hoy, la acritud
de los viejos enseres
arrumbados
en la casa gris
de la memoria,
no nos salva
del naufragio de los días,
el silencio piadoso
no alivia
nuestras llagas ocultas,
el puñado de luz
acumulado
en nuestra vida breve
no guía nuestros pasos
en la honda
tiniebla del destierro.
Ana María Garrido
viernes, 21 de enero de 2011
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2 comentarios:
Estimada Ana María, he leído tu excepcional poema como quien lée ante algo muy sagrado.
Me has emocionado y tocado el corazón.
Será porque escribes con tanta honradez y sabiduría...
Gracias desde copenhague la Amante siempre Fiel,
Ian.
Si pudieras sentir desde la distancia mi aplauso por tus palabras se que lo oiras... saludos cordiales desde lejos...
LEDESKA
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