miércoles, 11 de junio de 2014

HUELLAS DE OTRO TIEMPO


A la luz
de las velas
azarosas como el viento,
los brazos de la lluvia
se elevaban
en señal de alabanza
o de callada súplica.

Los árboles entornaban
sus párpados desnudos,
condenados
a concebir la pura magia,
las terrestres manzanas,
los duraznos aéreos
con piel de sobresalto,
los plátanos sedientos.

Es posible encontrar
en los frutos
de mirada paciente
las huellas
de otro tiempo
en que el cielo
campeaba en nuestra vida
sin duelo ni presagio,
como un tibio
arrebato de palomas.

Hoy, la acritud
de los viejos enseres
arrumbados
en la casa gris
de la memoria,
no nos salva
del naufragio de los días,
el silencio piadoso
no alivia
nuestras llagas ocultas,
el puñado de luz
acumulado
en nuestra vida breve
no guía nuestros pasos
en la honda
tiniebla del destierro.

Ana María Garrido

domingo, 8 de junio de 2014

ESCULTORES DEL VIENTO


Ignorantes
del cultivo de la tierra,
la pesca
en alta mar,
las pinturas rupestres
y la lectura
de los astros
grabados en el cielo,
aquellos hombres
vivían
de recoger
la savia del viento,
la tinta
sombría
de la noche,
la simiente del fuego,
y moldeaban con ellos
extrañas esculturas
suspendidas
en el aire callado
como ingrávidos peces.

Desde el ocaso
hasta el alba
azarosa y tenue
del otoño,
ellos se abocaban
a esculpir el rocío
y cincelar la brisa
con celo de alfarero pertinaz
y soplo de Dios Padre
sobre el barro incipiente.

Acróbatas del humo,
sus tallas suplicantes
reproducían
la agrietada piel del llanto.



Ellos esgrimían
sus cinceles
de hielo inexplicable
y moldeaban
el pasto de la lluvia,
los párpados
del agua rumorosa,
los caballos
que galopan
en la tarde imprecisa
y hasta el murmullo
de los duendes oscuros
que viven en tus ojos
y nos trenzan los labios,
los dedos,
los silencios
cuando la luna
absorta
se nos funde en un beso.


                                                               Ana María Garrido




viernes, 9 de mayo de 2014

PLAYA

El ocaso,
con su fuego impreciso
cobija
los escombros de la luz
bajo la resina
recóndita
del mar
y entre las olas,
barricadas de espuma,,
la mirada
perpetua del sol
descubre
vestigios de caballos insomnes
y magnolias de ámbar.
Sentada
sobre la arena
recorto con mi dedo índice
las nubes que,
en el cielo,
semejan
insectos fabulosos.
La noche
tatuada de islas
saca de su morral
viejas constelaciones,
guirnaldas de perfumes,
ajorcas de plata húmeda,
calamares de sal,
peces inmóviles.
El agua
lame mis pies,
voy a tu encuentro,
descalza por la arena
preñada de rocío,
sobre
una alfombra leve
regada de presagios
y planetas desnudos.

Ana María Garrido