"Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto". ANTONIO PORCHIA
Olvidaron el canto. Mataron al pájaro de las plumas azules porque olvidaron el canto. Lo colgaron de un pino silvestre, lo quemaron en una hoguera de niebla, le arrojaron dagas de fuego en el crepúsculo o algo así. Lo cierto es que lo mataron porque olvidaron el canto.
Olvidaron la música. Destruyeron la flauta mágica de los nueve orificios porque olvidaron la música. La partieron en dos, la arrojaron a la hoguera junto al pájaro, la dejaron caer en el mar o algo así. Lo cierto, es que la destruyeron porque olvidaron la música.
El pájaro de las plumas azules, muerto ya, fue a morar del otro lado del espejo, lugar reservado para las almas que no tienen culpa.
La flauta mágica de los nueve orificios, la única flauta con alma -era su alma la que brotaba en cada soplo de viento-, destruida ya, fue a morar del otro lado del espejo, lugar reservado para las almas con música.
El pájaro de las plumas azules sopló y la flauta se quejó con una voz pequeña... La música dibujó abejas transparentes.
Entonces, el pájaro pidió un deseo. Quiso tener plumas de cristal que no se rompieran ni siquiera con el vuelo más frenético. Le fue concedido.
El pájaro movió sus alas. Quedó maravillado. De sus plumas de cristal brotaba una música de campanario encantado. El pájaro movía sus alas y las campanas de sus plumas echaban a volar aquella música. El pájaro voló de júbilo y el aire del espejo se llenó de campanarios azules.
En tanto, en la tierra, los que olvidaron el canto, los que olvidaron la música siguieron matando pájaros. De nueve en nueve los mataban. Uno por cada nota de la flauta. Cada tarde mataban nueve pájaros. Los colgaban de un pino silvestre, los quemaban en una hoguera de niebla, les arrojaban dagas de fuego en el crepúsculo o algo así.
Lo cierto es que, si la primera muerte les dio pena, las sucesivas muertes se volvieron un rito. El aire de la tierra se fue quedando solo. Y todo era silencio. Era un silencio oscuro, un silencio triste.
Los que olvidaron el canto, los que olvidaron la música se dedicaron a cultivar los campos. Pero el silencio los volvía áridos y nada sacaban de los campos.
Los que olvidaron el canto, los que olvidaron la música se dedicaron a la pesca. Pescaban internándose en el mar. Pero el silencio ahuyentaba a los peces. Y nada sacaban del mar.
Siguieron matando pájaros. De nueve en nueve los mataban, uno por cada nota de la flauta. Cada tarde mataban nueve pájaros. Hasta que vaciaron el aire de pájaros. El silencio se volvió espeso. El silencio se volvió áspero. El silencio pesaba tanto que les doblaba las espaldas.
El aire del espejo temblaba de campanas. Y he aquí que celebraron consejo. Entonces, tuvo lugar la venganza de los pájaros. Tras una nota de la flauta, el azogue se corrió como una pesada cortina de plata y los dejó pasar.
El aire de la tierra tembló de campanadas. La tierra toda se estremeció en una enorme campanada azul.
Los que olvidaron el canto, los que olvidaron la música por primera vez tuvieron miedo. De uno en uno los iban matando los pájaros. Los inundaron de música. Los ahogaron de música. Hasta que la tierra quedó vacía de hombres. Y los pájaros, por primera vez, tuvieron frío. Los pájaros, por primera vez, se sintieron solos.
Con una nota de la flauta volvieron a poblar la tierra. Pero estos hombres no eran como aquellos. No era sangre lo que corría por sus venas: era música.
Los hombres amantes del canto comenzaron a construir sus casas en los árboles. Pero los pájaros ya no volaban. Cómo volar sin hacerles daño. Cómo volar sin ahogarlos de campanas.
Hasta que un día, los pájaros lograron con sus alas hacer una música absoluta. Que se parecía al silencio, pero era un silencio hermoso. Era un silencio mágico.
Los pájaros volvieron a volar por el aire de la tierra, y los hombres amantes del canto se sentaban en los parques y en las plazas para escuchar aquel silencio mágico que brotaba de las alas de los pájaros.
Durante la noche, a veces, algún pájaro deja volar por error alguna campanada nostálgica. Y los hombres amantes del canto, que no conocen la historia, se encogen de hombros y dicen que es el viento.
miércoles, 21 de octubre de 2009
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4 comentarios:
Ojala aprendamos a reconocer en los sonidos o los silencios de nuestro semejantes el complemento que nos falta!!!
Un abrazo para ti Ana María.
¡Que precioso cuento!. por un instante me has hecho soñar y visualizar ese sueño, donde el sonido se hace escuchar, donde la humanidad cambia.
Precioso, pienso que se te pasó por la cabeza en el momento de inspiración de ese cuento, pues solo un profundo sentimiento puede hacer hablar al alma de esa manera como lo hiciste amiga.
Se me olvidó decirte que soy casas patiño en el facebook, reciente nos conocemos. Saludarte y feliz de poder conocerte y contar con tigo.
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